Las historias de vida pueden ser felices y llenas de cosas buenas, sólo que, hemos dejado que la oscuridad nos hable de miedos y hemos creído que no somos dignos. Somos dignos de la perfección porque somos hijos del creador.
Ella tenía en su falda una larga lista de culpabilidades marcadas
a fuego por los que habían compartido su
vida y decían que la amaban…
Se sentía culpable de no ser tan buena madre como los hijos
querían, por no ser tan buena esposa como él siempre le reclamaba, no ser tan
buena amiga como sus amigas le indicaban…
Un día salió de casa y vio que el mundo era de colores y no
del blanco y negro como esas cuatro paredes que la acompañaron tantos años…
En algún instante tuvo miedo porque intentó volar y consiguió
elevar sus pies del suelo. Se replegó con los miedos dominándola como
siempre, sin embargo, la paz que sentía a su alrededor la tranquilizó…cuando
giró, miró el jardín de su casa y vio su
cuerpo tirado inerte al lado de la manguera de regadío, se dio cuenta que no había
vivido. Había existido sin comprender lo
que era. Cuando los demás la vieron la culparon, como siempre, porque no se había
cuidado. No agradecieron lo que ella dio. No comprendieron que su ataque
cardíaco fue por el dolor que le causaba su eterno dar y que nadie le entregara
lo bueno que había en el mundo. Murió sola. Desatendida. Desarticulada. Sólo
allí comprendió que la vida es bella si te amas también. Si te das cuenta que eres el primer ser que
necesita de ti para poder dar al resto.