martes, 20 de enero de 2015

Despoblando amaneceres.



Las historias de vida pueden ser felices y llenas de cosas buenas, sólo que, hemos dejado que la oscuridad nos hable de miedos y hemos creído que no somos dignos. Somos dignos  de la perfección porque somos hijos del creador.

Ella tenía en su falda una larga lista de culpabilidades marcadas a fuego por los que habían  compartido su vida y decían que la amaban…
Se sentía culpable de no ser tan buena madre como los hijos querían, por no ser tan buena esposa como él siempre le reclamaba, no ser tan buena amiga como sus amigas le indicaban…
Un día salió de casa y vio que el mundo era de colores y no del blanco y negro como esas cuatro paredes que la acompañaron tantos años…

En algún instante tuvo miedo porque intentó volar y  consiguió  elevar sus pies del suelo. Se replegó con los miedos dominándola como siempre, sin embargo, la paz que sentía a su alrededor la tranquilizó…cuando giró, miró el jardín de su casa y  vio su cuerpo tirado inerte al lado de la manguera de regadío, se dio cuenta que no había vivido. Había existido sin  comprender lo que era. Cuando los demás la vieron la culparon, como siempre, porque no se había cuidado. No agradecieron lo que ella dio. No comprendieron que su ataque cardíaco fue por el dolor que le causaba su eterno dar y que nadie le entregara lo bueno que había en el mundo. Murió sola. Desatendida. Desarticulada. Sólo allí comprendió que la vida es bella si te amas también. Si  te das cuenta que eres el primer ser que necesita de ti para poder dar al resto.